SURA 6
Al-Anaam (El Ganado)
Período de Mecca
CON LA posible excepción de dos o tres versículos, la totalidad de este sura fue revelado de una sola vez, al final del período de Mecca –casi con total certeza en el último año antes del éxodo del Profeta a Medina. Su título, Al-Anaam (“El Ganado”) proviene de varias alusiones, en los versículos 136 ss., a ciertas supersticiones de tiempos pre-islámicos relativas a aquellos animales que los árabes solían dedicar a sus ídolos. Aunque, a la luz de la historia posterior de Arabia, tales creencias idólatras pudieran parecer efímeras, en el Qur’an sirven de ejemplo para ilustrar la tendencia humana a atribuir cualidades divinas o semidivinas a seres creados o poderes imaginarios. De hecho, la mayor parte de este sura se podría describir como un argumento, desde distintos ángulos, en contra de esta tendencia, que no está limitada en absoluto a aquellas creencias que son claramente politeístas. El núcleo del argumento es una exposición de la unidad y la unicidad de Dios. Él es la Causa Primera de todo cuanto existe, pero “ninguna visión humana puede abarcarle” (versículo 103), ni física ni conceptualmente: y así es porque, “Él está sublimemente exaltado por encima de todo cuanto los hombres puedan concebir para definirle” (versículo 100). En consecuencia, todo intento de “definir” a Dios mediante las categorías del pensamiento humano o de reducirle al concepto de “persona”, constituye una tentativa blasfema de limitar Su existencia infinita. (A fin de evitar el concepto de Dios como “persona”, el Qur’an cambia constantemente los pronombres referidos a Él: se alude a Dios –a menudo dentro de una misma frase– como “Él”, “Yo” y “Nosotros”; así mismo, los pronombres posesivos referidos a Él alternan constantemente entre “Su”, “Mi” y “Nuestro”.) Uno de los pasajes más destacados de este sura es la afirmación (en el versículo 50) en el sentido de que el Profeta es tan sólo un mortal, como los demás seres humanos, desprovisto de poderes sobrenaturales, y “que sigue únicamente lo que le es revelado”. Y, finalmente, se le ordena decir (en los versículos 162-163): “Ciertamente, mi oración, todos mis actos de adoración, mi vida y mi muerte son sólo para Dios… en cuya divinidad nadie tiene parte.”