SURA 7
Al-Aaraf (La Facultad del Discernimiento)
Período de Mecca
El TÍTULO de este sura proviene de una expresión que aparece en los versículos 46 y 48; su significado se explica en la nota 37. Según la mayoría de las autoridades (en particular Ibn Abbas), Al-Aaraf fue revelado en su totalidad poco antes que el sura anterior –es decir, en el último año de la estancia del Profeta en Mecca; la aseveración de As-Suyuti y otros eruditos acerca de que los versículos 163-171 pertenecen al período de Medina, es fruto de una mera suposición y no puede, por tanto, ser aceptada (Manar VIII, 294). Aunque Al-Aaraf antecede al sura sexto en el orden cronológico de la revelación, ha sido colocado detrás de él por desarrollar un tema allí esbozado. Después de hacer una exposición de la unidad y la unicidad de Dios –que como señalé en la introducción a Al-Anaam, es el tema central del sura sexto– Al-Aaraf prosigue con una referencia a la revelación como el medio a través del cual Dios comunica Su voluntad al hombre: en otras palabras, a la misión de los profetas. La necesidad de una guía profética continua surge del hecho de la debilidad del hombre y de su proclividad a caer en cualquier tentación que atrae a sus apetitos, a su vanidad o a su erróneo sentido del interés personal: y este aspecto esencial de la condición humana es ilustrado con la alegoría de Adán y Eva y su caída (versículos 19-25), precedida de la alegoría de Iblis como eterno tentador del hombre (versículos 16-18). El camino recto no puede ser hallado sin la guía que Dios ofrece al hombre por medio de Sus profetas; y por eso, “para quienes desmienten Nuestros mensajes y que se burlan arrogantemente de ellos, no se abrirán las puertas del cielo” (versículo 40). Del versículo 59 en adelante, la mayor parte del sura está dedicada a las historias de algunos de los primeros profetas cuyas advertencias fueron rechazadas por sus pueblos, comenzando por Noé y siguiendo con Hud, Salih, Lot y Shuaaib, para culminar con un extenso relato centrado en el yerno de Shuaaib, Moisés, y sus experiencias con los hijos de Israel. Con el versículo 172, el discurso retorna a la compleja psicología del hombre, a su capacidad instintiva para percibir la existencia y la unidad de Dios, y a “lo que es de aquel a quien Dios entrega Sus mensajes y que luego los desecha: Satán le da alcance y, como tantos otros, se extravía en el error” (versículo 175). Esto nos lleva al mensaje final de Dios, el Qur’an, y al papel de Muhammad, el Último Profeta, que “no es sino un advertidor y un portador de buenas nuevas” (versículo 188): un servidor mortal de Dios que no posee poderes ni cualidades “sobrenaturales”, y que –como todos los hombres conscientes de Dios– “no tuvo a menos servirle” (versículo 206).